En más de treinta años de frecuentar el Pirineo, uno de los lugares predilectos fue el Valle de Arán. Siempre he sentido una ilusión vital por el Pirineo, y, de este valle, desde mi primer viaje familiar, siento una especial atracción.
Desde mi juventud, he llevado consigo el afán de encontrarme libre y solitario. Y me vino muy bien en la posteridad para viajar, ver y contar impresiones en mis libros.
En ellos he relatado aquello que veían mis ojos y sentía mi corazón. Siempre he sido sincero en estos conceptos. Y puedo decir que la naturaleza sembró en mí una paz inmarchitable, y más cuando lo que buscaba en mis viajes era la huella del hombre.
En fin, que el Valle de Arán me "clavó su lanza de amor". Y a él volví bastantes años.
Sus pueblos son una delicia. Viella es la "señora de Arán". Remansada, cortejada por el Negre y el Garona, por los inmensos prados siempre verdes, con sus tejados de pizarra, elementos típicos de todos los pueblos, con sus campanarios inmutables, con sus feudales torreones.
Viella es encrucijada de rutas viajeras por todo el valle, al Alto y Medio Arán. Hacia Salardú y la cosmopolita Bonaigüa; hacia Gausach, Bosost y Les, y su paso a Francia...
Arán es su valle principal. Arán son sus bellos valles secundarios. Todo el territorio se cubre de inmensos pastizales, de frondosos bosques de abetos y pinos. Hermosa Baricauba. Dulces prados de Aigüamoix, de la Artiga Lin, de Barradós, de Beret, de Santa María de Montgarri...
Arán es perfumado, armónico, limpio, glauco, lozano... En Arán he caminado por sus senderos, orlados por el avellano, por castaños, alisos, tejos, fresnos... He subido a sus cumbres más conspícuas. El gigantesco Montarto me elevó cerca del cielo. He respirado en sus lagos, colgados del firmamento; he gozado con la canturía de sus ríos, obsequiándome siempre con sus dulces canciones maternales.
Aigüamoix me enamoró. Si vais, hacerlo en junio. Todo brilla. Es como un jardín botánico inmenso. Ejércitos de corolas siembran los prados. Todo es viveza, color, romanticismo...
Flores amarillas, blancas, rojas, azules, rosadas.... La naturaleza de Arán es expansiva, absorbente, lúdica, misteriosa, aventurera.... Y hay que subir a sus cumbres, porque arriba cada cima nos transmite su mensaje. Pero, para escucharlo, hay que vencerla con el esfuerzo. Así es la montaña.
-Hola, Luis, nuevamente por aquí.
Fue mi hotel preferido en Arán, desde que la primera vez, la moza de recepción, guapa como una rosa, de rostro suave, me dejó la llave maestra para que eligiera habitación.
La obsequié con un ramo de flores silvestres, recogidas en las márgenes del Garona.
Cuando descendía de las montañas, charlaba con Alicia. Eran las mejores horas del día, cuando el sol seguía mostrando aún su realeza, camino del ocaso, rozando las ventanas panorámicas del hotel, acariciando los remates románicos de los pueblos de Arán, incomparables con la riqueza de su arquitectura popular..